domingo, 26 de febrero de 2012

Muerte antes del Verano.

En su pecho ensangrentado, dejaba la última rima de su poesía, rastros de años vacíos, ya los últimos meses y parecía que entre las manos guardaba tan finos amores, esos de siempre, los cuales en años anteriores le habían dado a sus musas. No quería marcharse sin que antes, su pluma transcribiera todo cuanto aquello querría expresar, ya no quería ver nada más que el cielo que cubría su jardín. En ocasiones, solía decirme que estaba cansado, ya su enfermedad, como un cuchillo le comenzaba a arrancar los años.

Era un hombre tan sensible, tan paciente, sus palabras tenían la ligereza de una pluma, tomaba cada sensación como si fuese suya, como si de su cuerpo brotara todo, el agua, el viento. Recuerdo que un día, caminabamos por la plaza, el cielo se mostraba oscuro, no tardó mucho en que comenzara la lluvia, con una brisa humeda y fría, le dije que tomaramos prisa, él, con voz paciente, tomó mi mano y dijo: ''Cuando llueve, no es para correr y buscar cobijo, sino para caminar lento y deleitarse con el toque del agua''. Comprendía todo como natural, como si hubiera que tomar todo con el ritmo al que se indicara, nada le importaba más que escribir, mirando por la ventana de su cuarto, bajo de ese arbol, recostado en el césped o en la mesita de la entrada.

Tomó sus culpas y con lágrimas en los ojos, se hincó y miró por última vez el camino, ese que ya no podría recorrer. Fué de sus últimos paseos por el lago, sintiendo y recordando, mordiendose los labios y apretando los puños, era en esos momentos donde comenzaba a lamentarse. Su piel se cubría de blanco y de nieve, de tristeza y de tantas cosas. Miraba sus errores entre el camino de árboles, se enredaban en sus cabellos negros, llegaban a su pensar y de nuevo llegaba esa sensación que todos sentimos antes de llorar, se desataban las tormentas dentro de sí. Como siempre.

Cuando despertaba, buscaba un respirar tierno, una caricia que fuese solo suya, cosas que nadie le otorgaba y con su clara garganta y los ojos cerrados cantaba al ritmo, nadie sabía qué con tanto recelo guardaba en su voz. Era aquél hombre que no podría resistir un invierno más en Italia, prometió que regresaría al iniciar el verano, a recostarse en su jardín, entre las flores. Cuando se fué, escribía por las mañanas, al comenzar la puesta de sol, salía a caminar, mientras lo hacía, se deleitaba con dos pensamientos, el amor de su vida y la hora de su muerte. Cosas que aún no ocurrían, solo pensamientos eran. Habría que ver cuál de ambostomaría lugar primero.

Tomaba asiento, bajo un arbol de pequeñas flores rosadas, miraba a la naturaleza crecer sin pausa y sin ruido. Miraba en el cielo, las nubes y en ellas, una figura femenina como la que jamás en sus brazos estuvo, claro que como todo hombre poseía entre los labios un deseo, pero el tiempo se fué como una hoja en el río. Los humanos estamos hechos para ambicionar, no siempre para poseer.

Esa noche llegó, apenas podía estar en pie, me dijo que algo sucedía, algo que jamás había sentido. Recosté su cabeza sobre la almohada que había bordado yo misma, lo miré ya sin aliento y él entrecerraba los ojos para descansar, me pidió que enderezara su cuerpo, se cubrió de un sudor frío, esa noche... Se desvaneció sin ruido, me vió y acaricie sus cabellos negros por última vez.

Jamás regresó, no hubo verano ni flores ni nada. Solo un modesto funeral con un ramo de rosas rojas, nadie supo que tan finos amores le mantuvieron vivo 25 años, nada real. Nada esperaron sus ojos ambar para cerrarse para siempre.

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