Te miré entre las luces, entre las velas y las oraciones. Te miré entre las danzas, metiste las manos en el sexo, tu cuerpo precioso y vulgar y tus miradas y tu caminar tan acompasado, te miré como cualquier otra y como el amor de tu vida, ese mismo que encuentras cada semana, ese que entre cualquier explosión de placer, que encuentras en cualquier toque que te provoque.
Es fascinante ver el acto, ver como te cruzas de brazos y te recargas entre las cortinas, como miras el cuerpo de cada mujer y fantaseas con hacerle el amor. Como cabe en tu mente el hedonismo, y sabes como se siente.
Confundes el amor, con el amor barato, el que encuentras en el placer de los senos de las mujeres y en tus noches y miras el amanecer tomado a sus pechos y entre mezclas de sudor y colonia te embriagas y vuelves a vivir. Compras poemas gastados para recitar a los oídos de tus amantes, las amantes que cubren tu piel con la suya y aquellas que creen en tu verso y en tus pasos descalzos, a esas a las que le enseñas a amar con los labios y que buscan en tus manos, y en el fondo de las copas de cristal al hombre perdido y al amor escondido.
Esas mujeres que parecen de saldo y esquina, que te dejan hallar en su entrepierna el calor de unas horas y que te dejan quizá antes del éxtasis, porque tienen miedo de tus manos que parecen benditas, tú que a cualquiera haces estremecer en lujuria, a ellas a las que les robas el aliento de su virginidad, como si fuera un suspiro, un suspiro que viene con lagrimas, con lagrimas de mucho dolor, arrebatas su primer incendio y te marchas satisfecho para esconderte entre la maleza de cabellos negros y ojos profundos, para manchar tu piel con esos labios rojos y te fascina el miedo de ser amado, por no saber amar fuera de las sábanas o fuera de la noche.
Tu amor es de instantes y de momentos, no eres más que el calor, la madera seca y el humo del cigarro, eres un instante, eres el placer, la emoción y la vulgaridad escondida en un traje de lino y la cortina de tu cigarro y su humo, que el sudor que brota de tus placeres se funde con el aroma de la colonia y tu voz, tus tonos que incitan y seducen, que se pierden entre las voces, las voces que hablan de tí, de tus gustos tan finos y de tus cabellos tan claros, voces de mujer desesperada, de las mismas voces que esconden un deseo, tú deseo.
El grito brotando del orgasmo de las mujeres, eso eres y eres la vulgaridad de las faldas cortas, eres el deseo contenido por meses. El rostro divino de la lujuria, los minutos de paraíso.
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